Romy Schneider decía que le debía todo a Luchino Visconti. La actriz, nacida en Viena en 1938 y fallecida en París 43 años después, se refería a él cómo el director de El gatopardo que supo ver en ella algo más que a la bellísima niña de Sissi, la trilogía sobre la emperatriz Isabel de Austria con la que a finales de los años cincuenta enamoró al mundo, primero, y a Alain Delon después. En 1961, Delon y Schneider eran los novios de Europa y Visconti, animado por el actor francés, los juntó en la obra de teatro Lástima que sea una puta, del dramaturgo isabelino John Ford (sí, se llamaba como el gran genio del cine), sobre un amor incestuoso que acababa en sangre.
Cannes estrena un documental sobre la trágica actriz y una película que reescribe el mito de Isabel de Austria como una fumadora heroinómana harta de su mundo
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