Dio exactamente igual que el sonido resultase embarullado en varias fases del concierto. Tampoco a nadie le supuso ningún problema que alguien desde el escenario soplase un saxo y no se escuchase. La escenografía se antojó austera, y qué más da. ¿Alguien se molestó porque en lugar de músicos conocidos de otras bandas los invitados fuesen… ellos mismos? Claro que no. Nadie se quejó anoche en un abarrotado WiZink Center de Madrid. Aquello fue una fiesta, la celebración del final de una banda, Siniestro Total, única en el rock español, un grupo que conecta con nuestra versión cafre, juerguista y correosa, y lo hace desde la ironía no exenta de intelectualidad. Una banda que representa a muchos otros músicos de este país: tipos que han cimentado su carrera en la furgoneta, cargando los amplificadores de pueblo en pueblo y grabando las canciones que les ha dado la gana, sin hacer ni puñetero caso a las normas del mercado. Y anoche iban a pasar por encima con sus trajes negros y sus guitarras eléctricas de los malditos fallos técnicos. Nada les iba a jorobar su baño de masas final. Nada…
El grupo gallego pasa por encima de los fallos técnicos y monta una fiesta para 15.000 personas en un espectáculo que se repetirá hoy
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